Es un relato policíaco escrito por mí. Me encantaría saber vuestra opinión.
La lluvia había dejado un leve frescor a la noche.
Una pequeña casa en las afueras de una población del sur de EEUU estaba siendo poco a poco sitiada por varios vehículos con luces parpadeantes.
El coche se detuvo al borde de un camino.
Mary Ann Carter se deslizó fuera del autocar. Era una mujer de mediana estatura y delgada. Los pómulos, muy marcados, acentuaban un aspecto casi infantil, aunque rondaba los treinta y cinco. Llevaba el pelo castaño cortado a media melena.
Vestía una gabardina beige y un traje azul marino. A pesar de lo dificultoso del terreno, calzaba tacón.
Cerró la puerta de un golpe y se acercó a la casa con unos andares pretensiblemente masculinos.
-¿Dónde está el cadáver?- le preguntó a un policía uniformado, enseñándole su placa del FBI.
Siguió la dirección señalada y entró en la casa por la puerta principal.
La recibió una marca roja sobre la madera.
-¿Y esto?- preguntó en voz alta.
Pero, justo después de formular su pregunta, detectó una figura semioculta en la oscuridad. Era un hombre alto, que se acercaba a los cuarenta, corpulento. Vestía unos pantalones vaqueros, camisa blanca y una americana negra.
-¿Qué haces aquí, Malcom?
Él no prestó atención a su segunda pregunta.
-Alguien intentó limpiar la sangre, pero lo hizo a toda prisa. Posiblemente solo usase agua- avanzó hacia ella. Tenía los labios finos y los ojos muy grandes. Sonreía con aspecto divertido-. La camarera entró, vio eso, y se asustó. Llamó a la policía, pero el cadáver que encontraron no es humano.
Carter arqueó una ceja.
-Es un perro- soltó, vehemente-, herido por una bala. Sí, Malcom, yo también estoy bien informada- el hombre rió por lo bajo-. ¿Qué haces aquí?
Ian Malcom chasqueó la lengua trazando movimientos negativos con la cabeza.
-Deberías saberlo ya, Mary. Han contratado mis servicios.
-Eso ya me lo imaginaba, ¿quién?
-No puedo responderte a esa pregunta.
Carter cruzó los brazos ante el pecho con gesto de desafío.
-Muy bien, entonces lárgate.
Malcom sacó su paquete de tabaco y le ofreció uno. Carter lo rechazó con un rápido gesto de muñeca.
Tras tomarse unos segundos interminables para encender su pitillo, Malcom volvió a hablar:
-Sabes que no voy a irme, Mary.
Ella resopló, dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo y, saltando la mancha de sangre, se dirigió a la puerta trasera. Malcom la siguió.
-No vuelvas a llamarme Mary- le advirtió Carter, sin mirarlo. Oyó la risa a su espalda.
-Muy bien, agente Carter.
Fuera había un pequeño cuartucho para herramientas y, pegado a él, un agujero alargado de, más o menos, medio metro de fondo.
A su lado, el cadáver de un perro más grande, de espeso pelaje gris salvo en la cara, muy despejada. Mantenía la boca abierta, pero los ojos estaban cerrados.
-¿Qué tenemos, Ed?
Ed Grant levantó la vista del animal. Llevaba unos finos anteojos plateados que se le habían escurrido hasta la punta de la nariz. Era un hombre más bien rollizo. Vestía unos pantalones de pana y una chaqueta impermeable azul marina, con la palabra FORENSE escrita en letras amarillas en la espalda.
-Un bonito ejemplar, es una lástima- sonrió con gesto algo macabro. Entonces reparó en el hombre que seguía a Carter-. Hombre, Malcom, hacía tiempo que no te veía. ¿Has estado trabajando en algo interesante?
-Luego os tomáis un café, ahora hay trabajo- le recordó Carter, agachándose junto al doctor Grant para observar más de cerca el cadáver-. ¿Qué puedes decirme?
Grant puso los ojos en blanco para Malcom, y se volvió de nuevo hacia el animal.
-Cosas bastante obvias, me temo. Murió entre las ocho y las nueve. El disparo lo mató, fue justo aquí- señaló un punto en el lomo del animal-. Apreciarás que no hay restos de sangre en el pelo, esto se debe, como nos indica el charco que hay en la entrada, a que alguien lo lavó. Pero no profundizó mucho, mira- apartó el pelo con la mano derecha, cubierta por un guate de látex. La piel rosada del perro estaba manchada de sangre-. Lo hicieron con prisas. El pelo está manchado de tierra uniformemente, lo más probable es que alguien lo enterrase y otro lo desenterrase. Luego viene lo realmente interesante.
Carter lo miró. Malcom se inclinó hacia ellos, aún con el cigarrillo en los labios.
-Es un barzoi. Posiblemente con eso no os diga nada, pero es un dato importante. Es una raza bastante difícil de conseguir y cara. No demasiado, pero sí lo bastante para una camarera.
La mujer entrecerró los ojos.
-Todo parece indicar que tenía una fuente de dinero aparte de su trabajo en el Café. No podría mantener esta casa con un sueldo tan bajo.
Malcom se irguió y miró un momento hacia la casa. Volvió a mirar a los otros dos cuando Carter se ponía en pie.
-¿Quién encontró al perro?
-La chica, la otra camarera- contestó Grant-. Mientras esperaba a la policía salió a tomar el aire y vio un bulto aquí. Al acercarse vio que era Lucky.
-¿Luky?- interrogó la mujer.
-Así se llamaba, al parecer- respondió el forense, poniéndose también en pie.
-¿Era un perro agresivo?- está vez fue el detective el que formuló la pregunta.
El doctor le dedicó una media sonrisa.
-Eso tendrás que preguntárselo a la chica, amigo mío. Mira, está ahí- señaló un punto de luz.
-Espera, Malcom- lo frenó Carter cuando él ya se marchaba-, voy contigo. Quiero la autopsia para mañana, Ed.
Grant resopló con fastidio.
-¿La autopsia de un perro para mañana? Tengo otros asuntos...
-Pues ya los estás aplazando- lo cortó Carter-. Hay una chica desaparecida, y no creo que haya sido ella la que se ha cargado a su propio perro.
Grant murmuró algo así como "cosas más raras se han visto", pero recogió todo sin replicar en voz alta.
Malcom y Carter echaron a andar hacia los puntos de luces. A pocos pasos ya pudieron apreciar la forma de los coches. Aparcada hacia atrás en la finca había una furgoneta azul con las mismas letras que en la chaqueta de Grant. Las puertas traseras estaban abiertas y, sentada allí, había una chica de unos veinte años.
Llevaba unos vaqueros algo descoloridos. De cintura para arriba se cubría con una manta gris. Tenía los ojos muy grandes, azules, y el pelo negro recogido en dos trenzas, lo que le confería una apariencia muy infantil.
-Agente Carter- se presentó la mujer, sacando su placa-. Tengo que hacerle unas preguntas.
-Detective Malcom- se apresuró a aclarar el hombre, serio de pronto-. Yo también quiero preguntarle unas cuantas cosas.
Carter lo miró con gesto de reproche, y se apresuró a empezar.
-¿A qué hora llegó a la casa, señorita...?
-Clancy, Miriam Clancy- contestó ella. Su labio inferior temblaba ligeramente al hablar-. Llegué sobre las once y media, quizá ya a media noche.
-¿Por qué visitaba a Laura Kent a esas horas?- interrogó la agente, sacando una libreta y un bolígrafo del bolsillo de su americana.
-Mi jefa, Susan McKensy, me llamó a las nueve para preguntarme por qué no había ido a cubrir mi turno- explicó-. Pero yo se lo había cambiado a Laura hace unos tres días. Intenté llamarla, pero no me cogió el teléfono. Me preocupé, así que vine a ver qué había pasado, pero había ido a la ciudad a una entrevista de trabajo y tuve que esperar bastante por el autobús.
-¿Hizo un viaje de hora y media solo para comprobar si la señorita Kent estaba bien?- se adelantó Malcom.
-Bueno- la chica se sonrojó escandalosamente-... aquí todos nos conocemos y... bueno, es... mi compañera de trabajo...
-Señorita Clancy- la cortó Carter-, es delito mentirle a una agente federal.
La joven pasó del rojo al blanco en cuestión de segundos.
-La verdad- susurró, apenas sin voz-, es que había quedado con mi novio. Mi madre pensaba que estaba en la ciudad y mientras él y yo...- se sonrojó de nuevo-. Iba a volver de todas formas, pero le pedí a Mark que me trajese aquí antes, solo para asegurarme de que no había pasado nada grave... Cuando vi la sangre le avisé y él decidió marcharse... Tiene antecedentes, pero él nunca le haría daño a nadie, ¿saben? Sólo robó algún coche hace un par de años, pero nada más, se lo juro...
-El nombre completo de su novio, señorita- reclamó Carter. Oyó la risa ahogada del detective a su espalda, pero no le prestó atención.
Ella abrió mucho la boca antes de contestar, a media voz:
-Mark Regis.
-Bien, eso es todo...
-Espera, Carter, a mí aún me quedan unas cuantas preguntas- Malcom dio un paso al frente, colocándose al lado de la agente. Lanzó su cigarrillo a la carretera y enfundó las manos en los bolsillos del pantalón-. ¿Cómo era su relación con la señorita Kent?
-Buena- se apresuró a contestar Clancy-. Coincidíamos a veces en los turnos. Era una buena chica, algo reservada pero simpática...
-¿Había venido alguna vez a su casa?
-Sí, vine alguna vez a pedirle que me cambiase algún turno. Si me pillaba por aquí cerca prefería venir que llamarla. Así no gastaba el dinero de la llamada...
-Bien- la interrumpió el detective, frunciendo ligeramente el ceño-. ¿Lucky era violento?
-Oh, no, para nada, todo lo contrario. Al principio, cuando esperabas en la puerta, lo oías gruñir detrás. Pero una vez conoce tu olor no hay ningún problema, es... bueno, era muy cariñoso.
-¿Sabe de alguien que no estuviese muy contento con el animal?- Malcom intercambió una corta mirada con Carter, que esperaba con los brazos en jarras.
-No... espere, sí, el señor Muldoon estaba bastante enfadado por que decía que el perro asustaba a sus ovejas. Creo que incluso le dijo a Laura que lo sacrificase...
-¿Y qué hizo la señorita Kent?
-Nada, creo. Cuando le pregunté que había pasado me dijo que ella no pensaba hacerle nada a Lucky, que era el señor Muldoon el que no podía dejar a las ovejas sueltas por el campo como si nada.
-¿Donde vive ese tal Muldoon?- inquirió de pronto Carter, dando un nuevo paso hacia ellos tratando de ocultar su interés.
La chica señaló la carretera.
-Si siguen en esa dirección unos cien metros enseguida verán su casa- explicó, mirando hacia el oeste-. Es parecida a esta, pero su terreno es mucho más grande. En realidad, parte de lo que ahora es suyo pertenecía antes a los Graham, los abuelos de Laura, pero tuvieron que vender por problemas económicos. En el pueblo se decía que lo que realmente quería el señor Muldoon era que Laura le malvendiese la casa como hicieron sus abuelos.
Los ojos de Carter se encendieron.
-Vale, eso es todo por ahora.
-Si se le ocurre algo más, señorita Clancy- le indicó Carter, tendiéndole su tarjeta-. No dude en llamarme.
Una vez la muchacha tomó el papelito, Carter echó a andar con amplias zancadas hacia el coche.
-¡Eh, Carter, espera!- la reclamó el detective, poniéndose a su altura-. Yo también voy.
-No te metas en mi caso, Malcom- le advirtió ella, sin mirarle.
-¿Tu caso?- repitió él, sin borrar la sonrisa-. Puestos a determinar propiedades, creo que este caso es más mío que tuyo. Al fin y al cabo, yo cobro directamente por...
-Se han dado mucha prisa en contratarte, ¿no?- comentó Carter, interrumpiéndolo. Sacó las llaves de su Volvo mientras andaban-. No es posible que no te haya resultado sospechoso.
La sonrisa de Malcom creció un poco más.
-Yo no hago preguntas, agente. A mí me pagan una parte por adelantado, me explican lo que quieren, lo hago y cobro el resto.
-Dicho así se asemeja al trabajo de una puta- se burló ella, sin que sus palabras llegasen a traicionar la impasibilidad de su gesto.
El detective soltó una carcajada.
Habían llegado al coche. Cuando Carter intentó abrir la puerta del conductor, Malcom detuvo su mano.
-Mira, tenemos dos opciones. Podemos trabajar por separado o ayudarnos mutuamente. Yo estoy dispuesto a lo segundo, y sé que tú sabes que, de esa forma, nos estorbaremos menos el uno al otro. Tú decides.
Carter le miró a los ojos un momento.
-Vale. Pero yo conduzco- resopló.
Malcom dio la vuelta al coche y se sentó en el sitio del copiloto. Carter ya estaba metiendo las llaves en el contacto cuando él murmuró lo bastante alto como para que su compañera lo oyese:
-Por ahora, tesoro. Por ahora.
No les costó reconocer la casa de Muldoon a pesar de la oscuridad. Como pasaba con la de Laura Kent, no había ninguna otra vivienda a la vista.
Llamaron a la puerta. Nadie contestó.
Intercambiaron una sola mirada, y Carter se desabrochó la chaqueta dejando al descubierto la culata de una pistola. Malcom sacó la suya, encajada entre los pantalones y la espalda, y la sostuvo apuntando hacia el suelo.
Carter insistió, un poco más fuerte.
Se vio una ventana iluminada. Algunos gruñidos humanos y pasos. Retrocedieron un par de pasos justo cuando la puerta se abría con gesto violento.
Un hombre mayor, casi un anciano, enclenque y de nariz aguileña se les quedó mirando con una mezcla de sueño y estupor.
-¿Quiénes son? ¿Qué quieren?
Carter sintió un ramalazo de decepción y, al notar el soplido de Malcom, supo que él había experimentado lo mismo. Volvió a abrocharse la chaqueta y mostró su placa.
-Agente Carter. ¿Podemos hablar con usted, señor Muldoon?
El anciano los miró alternativamente, como queriendo asegurarse de que eran de fiar. Entonces, una voz se oyó a su espalda.
-Papá, ¿pasa algo?
Mirando por encima del hombro de Muldoon (sin demasiadas dificultades), apreciaron la silueta de un joven de unos veinticinco años.
-Pasen- les indicó el hombre, sin responder a la pregunta de su hijo.
Los llevó hasta la sala de estar, al final del pasillo que hacía igual de distribuidor que de entrada. El joven, algo más alto que Muldoon, rubio y corpulento, aunque no tanto como Malcom, los siguió.
-He oído las sirenas- comentó-. Iban a casa de los Graham, creo.
El anciano arqueó las cejas.
Se oyeron voces arriba, luego pasos por las escaleras y cuatro figuras más entraron en el salón. Una mujer algo más joven que Carter y otra ya anciana, posiblemente la esposa de Muldoon. Los otros dos eran varones, uno apenas un adolescente, algo desgarbado pero bastante alto, y otro que aparentaba la misma edad de la primera mujer. Todos eran rubios y se parecían bastante entre ellos.
Malcom sacó un cigarro y lo encendió sin perder su gesto divertido, no parecía tener intención de empezar una conversación.
Carter suspiró, arrepentida de su alianza con el detective, sacó de nuevo su libreta y se volvió hacia el anciano.
-Verá, señor Muldoon, acabamos de encontrar el perro de Laura Kent muerto en extrañas circunstancias, es obvio que alguien lo mató, y la última vez que alguien habló con la chica fue hace dos días. Estamos investigando y queríamos saber si usted sabía algo.
La sonrisa de Malcom se amplió ligeramente, divertido por su mentira y su gesto de inocencia, pero se limitó a bajar la vista.
Sin embargo, el viejo granjero también notó que no le decía toda la verdad.
-Le han contado lo del chucho, ¿no?
Carter ladeó la cabeza.
-¿Por qué no me cuenta su versión, señor Muldoon?
El treiteañero resopló.
Detective y agente se volvieron hacia él como dos perros olfateando su presa.
-¿Tiene algo que decir?- inquirió Carter, frunciendo ligeramente el ceño.
-Sí, tengo algo que añadir- soltó, con cierta brutalidad.
La agente ladeó la cabeza.
-¿Ah, no? ¿Por qué, entonces?
-Problemas de herencia- respondió la mujer más joven-. Sólo tenían una hija, y ella se casó con un periodista, era obvio que no se iban a hacer cargo de la granja. Prefirieron vender y cancelar la hipoteca de la casa.
-¿Qué les pasó a los Graham?- Carter tomaba notas sin apartar la vista de los presentes. Al único que evitaba mirar era a Malcom, que se mantenía inmóvil a un lado.
-Un accidente de coche, hará unos cinco años- contestó al fin Muldoon.
El anciano se mantenía apartado del resto de su familia.
-¿Dónde estaba entre las ocho y las nueve de la noche de ayer, señor Muldoon?- interrogó Carter, volviéndose de nuevo hacia él.
-Estaba en casa, con nosotros- soltó el chico que les había recibido.
Muldoon asintió.
-Yo no he matado a ese perro- aseguró, cruzando los brazos ante el pecho.
-¿Y no le pidió a Laura Kent que lo sacrificase?
-¿Qué?- se asombró el adolescente-. ¿Sacrificar a Lucky?
Carter, tras dirigirle una escasa mirada, se volvió de nuevo hacia el anciano.
-Yo nunca le pedí a Laura que matase al perro- dijo-. Le pedí que me lo vendiese.
La agente no pudo resistir el impulso de mirar a Malcom. Dibujaba un gesto de asombro que debía ser muy parecido al suyo.
-Pero... ¿el perro no asustaba a sus ovejas?
Muldoon resopló y alzó la vista al techo.
-Oigan, si quieren sacar algo en limpio de esto les recomiendo que no se tomen tan en serio lo que les cuentan- murmuró. Volvió a mirarlos, aún sin desanudar sus huesudos brazos-. Quería comprar a Lucky por que mantenía a raya a las ovejas. Desde que se lo habían traído a Laura no se nos había vuelto a caer ninguna al río, ni se habían metido en la carretera. Era un perro de caza, pero se comportaba como un pastor.
-Señor Muldoon- habló al fin Malcom-. ¿Sabe quién le había traído el perro a la señorita Kent?
-Me temo que no- respondió el anciano, mirando al detective como si dudase de la fiabilidad de este-. Nunca le pregunté y ella nunca me lo dijo. Sólo sé que se lo habían regalado.
Malcom no dijo nada más. Dio una nueva calada a su cigarrillo.
-¿Y la señorita Kent se negó a vendérselo?- preguntó Carter.
-Precisamente por eso sé que fue un regalo. Fue la excusa que me dio- aclaró, encogiéndose se hombros.
-¿Cómo le sentó que no quisiese venderle al animal?
-No tuvimos ningún problema. Comprendo que, siendo un regalo, no quiera deshacerse de él así como así. Además, la chica vive sola, no le venía mal tener un perro para hacerle compañía y... protegerla.
Carter y Malcom volvieron a moverse sincronizadamente, clavando los dos la mirada el Muldoon.
-¿Protegerla?- repitió Carter.
-¿Insinúa usted que la señorita Kent corría, digamos... un peligro especial?
El anciano sacudió la cabeza.
-Bueno, no por ella, pero... Una chica viviendo sola, sin tener casi vecinos... Nadie por los alrededores que le echase una mano en caso de necesitarla... Y parece que no andaba muy desencaminado, ¿no?
Alzó la mirada y la clavó en los ojos de la agente, y Carter apreció un brillo de preocupación.
-Nada parece indicar que se hayan llevado a la chica por la fuerza, señor Muldoon- aclaró.
El viejo asintió, aunque no parecía haberlo tranquilizado demasiado.
-Bien, si se les ocurre algo más, no duden en llamarme- finalizó, tendiéndoles una tarjeta, igual que había hecho con Clancy-. Cualquier cosa puede ser importante.
Atravesaron a los cuatro miembros de la familia, que se apiñaban aún en pijama en la puerta de la sala de estar y se dirigieron hacia la salida. Pero, en el último momento, Malcom se dio la vuelta.
-Hay algo que no entiendo- declaró-. ¿Por qué la gente cree que entre ustedes y la señorita Kent había una mala relación?
-Por nada, habladurías- sentenció la señora Muldoon.
Pero la rojez del mediano y la mal disimulada mirada de reproche que le dirigió su hermana llamaron la atención de los investigadores.
-¿Por qué no nos cuentas lo que te ronda por la cabeza, chaval?- le soltó Malcom, dirigiéndole una sonrisa burlona.
-No es nada- murmuró él, sin mirarles. Carter, interesada, se situó al lado del detective-. Es solo que... Laura y yo tuvimos una especie de... altercado, como lo llaman ustedes.
Malcom rió por lo bajo.
-¿Y a qué llamas tú altercado?
El joven resopló y hundió las manos en los bolsillos de su pijama.
-Nada, sólo... Bueno, yo estaba algo... borracho y le chillé un poco. No fue nada, Laura ni siquiera me lo tuvo en cuenta. Pero alguna gente lo oyó y... bueno, se inventaron lo que no sabían.
-¿Un asunto de faldas?- aventuró Malcom. Sólo necesitó ver enrojecer aún más la cara del joven para añadir-. Ya veo. Ella lo rechazó.
Carter palideció al ver que el joven asentía. Sujetó el brazo de Malcom y se lo llevó aparte.
-No crees que él le haya hecho nada, ¿no?
-Sería estúpido por su parte darnos un móvil así como así- miró de nuevo al joven por encima de su hombro-. Y aunque no parece muy inteligente, no creo que llegue a tanto. Además, se nota que acaba de levantarse.
-Pero él sabía que los coches iban a casa de los Graham.
-Lo sospechaba- la corrigió él-. Y no es tan difícil. ¿Cuántas casas has contado por los alrededores? ¿A dónde más podrían ir? Sea como sea- añadió, sonriéndose maliciosamente-, no puedes acusarlo de nada, así que, por ahora, se queda aquí.
Carter gruñó, furiosa por que hubiese adivinado sus pensamientos.
-Lo que tú digas, pero yo voy a pedir una orden de registro para esta casa, y si encuentro cualquier pequeñez, lo acusaré.
-Yo no me opongo, agente Carter, pero me parece una pérdida de tiempo. Lo más probable es que ni siquiera te concedan la orden.
Se despidieron secamente de la familia y regresaron al coche. Carter cogió su móvil y llamó a uno de los agentes que se encontraba en la casa de la desaparecida.
-¿Agente James? Soy la agente Carter, volvemos al principio. ¿Han encontrado alguna huella? Sólo las de la chica... ¿tres huellas más...? Ah, unas son las de la camarera... ¿Y las otras dos? Bien, investíguenlas. Y quiero el registro de llamadas. ¿Cómo dice? ¿Un portátil? ¿Dónde?- Carter frunció el ceño-. ¿Bajo un tablón suelto en el pasillo? ¿Lo han encendido? ¿Una clave? Llamen a un informático y que le eche un ojo. Llámenme a este número cuando tengan algo. Sí, sí, ya sé que Malcom está en esto, sí... ¿Que qué pienso hacer? Cargármelo cuando se dé la vuelta, ¿usted que cree, agente James? Tendré que aguantarlo metiendo las narices, no me queda otra. Sí, llámenme para cualquier cosa, da igual la hora que sea.
Colgó con energía, mientras Malcom se aguantaba la risa, sentado a su lado.
-No tiene gracia- resopló ella-. Algún día nos acabarán pillando.
-Vamos, cielo- la consoló él, inclinándose sobre su asiento y acariciándole la mejilla-. No te preocupes ahora por eso- y la besó con intensidad.
Carter estaba echada sobre la cama cuando un movimiento en la habitación la despertó. Se quedó completamente inmóvil, sin embargo.
-¿Qué hay de lo de trabajar juntos?- inquirió, cuando Malcom salía por la puerta.
Él se volvió, sonriéndole con inocencia.
-Tengo que ver a un cliente, princesa. Su privacidad no es negociable.
Carter se sentó en la cama, sin molestarse en cubrirse.
-¿Es el que te ha encargado este caso?- la sonrisa de Malcom se amplió un poco más-. ¿Qué te encargaron exactamente, Ian?
-Venga, Mary- suspiró él, borrando la sonrisa-. Sabes que no puedo hablar de eso.
-¿Sabía tu cliente que se habían cargado al perro?
-Mary...
-¿Confías en él?
La sonrisa volvió a aparecer en la boca sin labios del detective. Los ojos se le convirtieron en rendijas, como si calculase hasta qué punto Carter podía estar cerca de descubrir la identidad que no debía desvelar.
-Ya te lo he explicado, cielo- murmuró, dando un paso hacia ella-. Yo ni confío ni dejo de confiar. Directamente cumplo con mis encargos. ¿Qué te tiene tan asustada?
-No estoy asustada- soltó Carter, levantándose velozmente y buscando su ropa en el desorden del cuarto-. Cumplo con mi deber, Malcom. Tengo que asegurarme de que sé con quién estoy trabajando.
-Te preocupa más con quien trabajas que con quién te acuestas- rió él-. Bien, cielo, puedes estar tranquila, el encargo es encontrar a la chica, y el pago sube si está viva, así que estamos en el mismo bando... ¿o no?
Carter, localizando unos pantalones vaqueros, levantó la vista de pronto al oír su pregunta.
Pero el timbre de un teléfono móvil los desvió de su conversación.
-No es el mío- declaró Malcom, pero Mary ya se había lanzado hacia la mesilla de noche.
-¿Sí? Habla el agente Carter... Ah, agente James... ¿Cómo dice? ¿Han localizado las huellas?- vio como Malcom desviaba la mirada disimuladamente y frunció el ceño-. ¿Quién...? ¿Qué?- la voz le salió en un susurro-. Voy para ahí.
Colgó inmediatamente y se volvió hacia Malcom, pero él hablaba por su propio móvil.
-Soy Malcom- indicó secamente-. No voy a poder ir, un asunto urgente relacionado con el caso. Sí, le llamaré.
Carter, ya vestida con un traje negro y buscando sus tacones, lo miró de reojo.
-¿Tu cliente?
-Date prisa, cielo- le sonrió él-. Me tienes en ascuas.
-Me lo encontré abajo- mintió Carter con sequedad a la mujer afroamericana.
Tina James rondaría los veinticinco años. Era más alta que Carter, gruesa y de grandes pechos. Llevaba el pelo rizado atado en una coleta. Vestía un traje gris, y calzaba zapatos negros y planos. Observaba a Malcom con cierta desconfianza, pero finalmente decidió obviar la presencia del detective.
-¿Qué hay de las huellas?- le recordó Carter, apoyándose contra una mesa.
-Todavía nos falta un tipo de huella por encontrar propietario, pero tenemos a uno- tecleó en el ordenador y apareció la cara de un joven de unos veinte años, rubio y de ojos azules, que miraba a la cámara con gesto desafiante y sereno, sujetando un número-. Es Kolya Stravorsky, lo detuvieron hace un par de años por posesión de armas. Lo detuvo un poli novato sin mucha idea- James se volvió un momento hacia Carter antes de continuar-. Stravorsky salió esa misma noche, sin cargos, y a las dos semanas al poli lo habían dejado en coma de una paliza. Su padre es Dimitri Stravorsky, alias "el Escapista". De joven, cuando no era más que el guardaespaldas de un capo de la mafia rusa, lo detuvieron unas cincuenta veces, pero nunca pisó la cárcel. Y después... bueno, no hay cargos en firme, pero es el principal suministrador de prostitutas, drogas y armas. Vamos, que cubre todos los mercados, y es un genio en esquivar a la justicia. Su hijo va por el mismo camino; esa fue su única detención.
-¿Qué hace el hijo de un traficante en casa de la hija de un periodista?- inquirió Carter.
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